Todo ser vivo lucha
por dominar el medio para perdurar como individuo y como especie. El ser humano ha llevado ese instinto de
lucha más allá de la supervivencia; se ve impulsado por la codicia para dominar
el mundo y a sus congéneres: es un cáncer social –con la guerra como su
expresión más cruel– que ha ido corroyendo la convivencia frente a los que
pretenden la humanización de la especie.
Belicistas frente a
pacifistas; conservadores frente a conservacionistas; el bienestar de las
élites frente al bien común; el poder oligárquico frente al poder ciudadano; el
derecho a la propiedad privada antepuesto a los derechos humanos; la educación
con el ideario de los privilegiados frente a la educación cívica; plutocracia
frente a democracia.
En el mundo de las
creencias religiosas se da la misma bipolarización: teología ortodoxa frente a
teología de la liberación; fanatismo frente a espiritualidad humanizante… El
poder religioso se hace patente en la posesión de un importante patrimonio
material y en una eficaz influencia en las decisiones políticas y en los modelos
sociales. Coexisten en contradicción creyentes ricos y creyentes pobres.
Los políticos, cuando
convierten a los Estados en defensores de los intereses de los poderosos
mientras explotan y reprimen a los ciudadanos, prostituyen su función y pierden
toda la legitimidad que las leyes democráticas les otorgan. Pierden su
condición de demócratas y se convierten en tiranos: modifican las leyes a su
favor con el fin de proveerse de un recurso eficaz para utilizar la información
como propaganda para engañar al pueblo y reprimir a quienes se opongan a sus
políticas. Se transfieren los recursos económicos del Estado, que los
ciudadanos aportan a través de los impuestos y sacrificios extremos e injustos,
hacia los bolsillos de bancos, oligopolios y grandes empresas.
Frente a esto, los
ciudadanos tienen el derecho y el deber de expulsar a los tiranos del poder.
¿Cómo? La presión de la mayoría de los ciudadanos puede mover montañas. No voy
a señalar ningún movimiento porque la experiencia dice que los prejuicios de
muchos no van a dejar ver la neutralidad y el sentido común, paralelo al
sufrimiento común, que anima a algunos de los colectivos que promueven la
reacción de un frente cívico de mayorías. Quien quiera entender que entienda y
arrime el hombro.
Se viene insistiendo
en que la crisis actual la han provocado los de arriba y la están pagando los
de abajo. Eso es un robo que el sistema promueve, protege, bendice y legaliza con
el respaldo en las urnas de los electores que no entienden o no quieren entender
o se mueven por fobias ideológicas o sufren el síndrome de Estocolmo o de algún
modo se benefician del saqueo en perjuicio de la mayoría.
¿Nos gusta que nos
roben y nos engañen? Pues los ladrones entran a diario en nuestras casas –quienes
las tengan– con alevosía y nocturnidad: nos roban, para solucionarle los
problemas que han creado los que más tienen, parte de nuestro mísero salario,
cuando lo hay, nos encarecen la cesta de la compra, el gas, la luz, el
teléfono, la gasolina… nos reducen prestaciones sociales, nos imponen la
privatización de los servicios básicos, nos adoctrinan con la propaganda a
través de sus medios y de una educación tendente a asegurar su ideario neocon y
desaniman los intentos de reacción por el miedo al contundente aparato
represor. Así la voluntad del pueblo soberano queda secuestrada.
Podemos concluir que estas
democracias han devenido en representaciones dramáticas en las que La Pobreza
representa el papel del destino natural adverso (fatum) con el protagonismo de La Riqueza como don divino (gratia datum). Con un coro que ensalza la
gloria y majestad del rico poderoso y otro que gime con amargura la desgracia
de los desafortunados. Y ahora nos hacemos la gran pregunta: ¿Seguiremos los
agraviados siendo meros espectadores?
También se ha
insistido en que estas políticas neocons
se han ido imponiendo en occidente a partir de la década de los setenta. Es
oportuno adelantar que es en la Escuela de Chicago, con su abanderado el nobel
de economía Friedman, donde se forja la política basada en el dogma del control
férreo del gasto de un Estado servil, del libre mercado, privatización de lo
público, desactivación de la lucha sindical, supresión de la negociación
colectiva, del sueldo mínimo y de la protección social, descontrol del sistema
económico financiero, reducción de los impuestos a las grandes fortunas, recorte
de libertades civiles y endurecimiento de la legislación en materia del orden
público y del aparato represor para anular por el miedo la reacción de los
ciudadanos contrarios a estas políticas.
¡Vamos, el vivo retrato de lo que nos imponen en esta crisis a los parias de Europa! Políticas siempre justificadas con la misma retahíla: que fomentan el crecimiento y la competitividad –por efecto de la reducción de salarios, no de beneficios–, lo que a la larga producirá riqueza y empleo. ¿Les suena? Esto lleva a que el Estado abandone las políticas para reducir la desigualdad social y contribuya –como venimos repitiendo– a acelerar el enriquecimiento progresivo de una minoría y el empobrecimiento radical de la mayoría. De estas políticas se seguirá reflexionando en el siguiente artículo por si fuéramos capaces de parar este saqueo.
¡Interesantísima entrada!
ResponderEliminarDescribe perfectamente el estado actual de nuestra sociedad y de los ciudadanos que la formamos.
Es muy ilustrativa esa representación metafórica -y no tan metafórica- del "arriba y abajo" que hoy se nos muestra en toda su crudeza, como en una tragedia griega. Debemos romper ese círculo fatídico, y el primer paso es abrir los ojos y unirnos, porque solo eso nos hará fuertes.
Yo creo que podemos y debemos conseguirlo.
Excelente entrada que clarifica con total nitidez la situación económico-social que estamos padeciendo.
ResponderEliminarMuy acertadas y elocuentes las ilustraciones.
A la pregunta: si seguiremos los agraviados como espectadores, tenemos que responder ¡NO! Entre otras muchas razones:
Porque es totalmente injusto lo que está sucediendo.
Porque queremos ejercer nuestro derecho y cumplir nuestro deber de expulsar a los políticos que prostituyen su función.
Porque no podemos dejar que Rajoy se apropie de nuestro silencio e inmovilismo, interpretando que somos personas modélicas que comprenden y aceptan sus “políticas neocon” que tan devastadoras están siendo para la mayoría de los ciudadanos. (No quiero ser buena ciudadana según Rajoy, sino porque defiendo y lucho por una “sociedad más justa y del bien común”)
Porque tenemos que rebelarnos contra la política del miedo que se está implantando (reprimir en lo económico y en lo policial lo hace el Gobierno “de maravilla”)
Porque ya está bien de beneficiar y proteger a la minoría poderosa mientras se exprime y asfixia a la mayoría.
Porque…….Por tantos y tantos porqués tenemos que ser “actores”, no espectadores. Unirnos formando un frente cívico mayoritario que consiga cambiar la realidad actual tan notablemente injusta. ¡Unidos podemos!
P.y A.
EliminarEnhorabuena a ambas porque habéis sintetizado en pocas palabras lo que yo he pretendido decir en esta entrada: "abrir los ojos y unirnos" porque ¡unidos podemos!
Después de comprender las causas de la crisis hay que ser "actores" y "romper ese círculo fatídico" para que esa mayoría silenciosa demuestre que no acepta tanta injusticia.