28 oct 2012

¿Dónde está la salida?


¿Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades? Es decir, ¿hemos gastado más de lo que ganamos? ¿Nos endeudamos cada vez más para pagar lo que debemos? ¿Somos de los que hemos comprado para invertir (por ejemplo, una vivienda) en tiempos en los que vender después era un gran negocio porque pagábamos el crédito y además obteníamos beneficios? ¿Creíamos que esto no se acabaría nunca? Si no lo creíamos, pocos renunciaron a dejar este juego, hasta que llega un momento de pánico y los acreedores temiendo no cobrar la deuda cierran el grifo de los créditos. Y aparece el calvario de la deuda y la parálisis de la economía y los despidos y los desahucios...

Cuando personas, y sobre todo grandes empresas, bancos y Estados llegan a este punto, el resultado es lo que los expertos llaman apalancamiento; lo que en el entorno americano llaman el “momento del Coyote Vil”, es decir cuando el personaje de dibujos animados se da cuenta de que está suspendido en el aire y cae de repente; es lo que desgraciadamente todos estamos conociendo como la burbuja financiera o inmobiliaria; cuando se pincha, el sistema entero parece venirse abajo. El gran carrusel gira cada vez más deprisa hasta que los débiles son centrifugados del sistema y lo pierden todo; los fuertes, que ya se embolsaron pingües beneficios en tiempos de las vacas gordas,  son rescatados en los malos tiempos por el Estado, es decir con los impuestos de los ciudadanos que cada vez se empobrecen más por la complicidad y el engaño de los gobiernos.

Eso es lo que está pasando. Cuando todo parece ir bien, creemos que siempre irá bien o al menos eso es lo que nos han hecho creer los que nos concedían hipotecas alegremente. Bueno, esas alegrías hay que pagarlas ahora. Pero, ¿quiénes las estamos pagando? Los que somos menos o nada culpables: los desahuciados, los ciudadanos menos pudientes y las pequeñas empresas. En cambio, los grandes instigadores del consumo desenfrenado (multinacionales  y grandes bancos acreedores) ven recompensado su bandidaje legal con el dinero que los Estados nos sacan a través de los impuestos, desatendiendo y recortando sin medida los sueldos y los gastos sociales.

Lo que puede interesar de todo esto y de las realidades que analizábamos en el artículo anterior es confirmar que el poder económico mundial nos va engolosinando a través de una publicidad engañosa e insistente con el señuelo del consumo facilitado por créditos ventajosos hasta hacernos creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles sin percibir que la deuda que acumula el sistema crea una enorme burbuja que nos va engullendo poco a poco hasta que estalla en nuestras narices y sobreviene la crisis. A partir de ese momento comienza lo peor: La doctrina del capitalismo del desastre, aprovecha estos momentos de shock, que casi siempre alimentan los políticos y siempre son consecuencia de las crisis cíclicas que provoca el propio sistema del capitalismo salvaje, para dar una vuelta de tuerca más en perjuicio siempre de los de abajo que pierden súbitamente, como en el más voraz de los casinos, los recursos básicos para sobrevivir y los derechos adquiridos tras años de lucha.

Sin un consumo sensato, sin el desenmascaramiento de las actuales políticas del desastre y sin el voto consciente de los ciudadanos para exigir políticas de justicia social, nos seguirán llevando a una mayor degradación de las democracias –en el caso español, enferma de nacimiento– y a un agravamiento de la desigualdad.

14 oct 2012

Las políticas del desastre


El poder del voto se pervierte si el ciudadano no castiga los incumplimientos de los programas electorales. De ahí la importancia de conocer a fondo las verdaderas intenciones de la acción política. A ello vamos a dedicar la presente entrada.

El trabajo, controvertido pero documentado, de la periodista canadiense Naomi Klein sobre las políticas económicas inspiradas en la doctrina de la Escuela de Chicago es un buen referente para reflexionar sobre las causas de la crisis actual.

El psiquiatra Ewans Cameron desarrolló en Montreal una técnica agresiva para “vaciar el cerebro” de sus pacientes mediante la aplicación de electro-shock y de este modo modificar su conducta. Al mismo tiempo, el Nobel de economía Milton Friedman, de modo paralelo, orientó a los jóvenes de la Escuela de Chicago (Chicago Boys) con la idea de que ciertos acontecimientos (guerras, crisis económicas, catástrofes, estados de emergencia, golpes de Estado, dictaduras represivas…), provocados o no para ese fin, producirían un efecto similar al electro-shock. Unos ciudadanos poseídos por el miedo y en estado de shock económico aceptarían con escasa conflictividad el control del déficit público, la desregulación capitalista, las privatizaciones… con el argumento de que aumentarían el desarrollo económico y el bienestar general. Es la doctrina que se viene aplicando en todo occidente desde los años setenta. Las consecuencias ya las conocemos: el enriquecimiento progresivo de una minoría que controla el poder y el empobrecimiento radical de la mayoría.

En el artículo anterior adelantábamos cómo la Escuela de Chicago logró imponer su dogma económico neocon en la política del G.H. El primer ensayo en el exterior se cebó con el país chileno al comenzar la década de los setenta. El creciente apoyo popular que adquirió Allende hizo reaccionar al G.H. por temor a la expansión del marxismo y porque las nacionalizaciones de empresas, como las mineras Anaconda y Kennecott, perjudicarían sus intereses en Chile.

Después del apoyo de la CIA al golpe de estado de 1973, la visita de Kissinger y Friedman propició que jóvenes chilenos de la era Pinochet fueran formados en la Escuela de Chicago. El trauma y el pánico que provocó la sangrienta represión contra la población facilitó la aplicación de sus políticas: El Estado al servicio de la oligarquía,  libre mercado, privatización de lo público, desactivación de la lucha sindical, supresión de la negociación colectiva, del sueldo mínimo y de la protección social, descontrol del sistema económico financiero, reducción de los impuestos a las grandes fortunas, recorte de libertades civiles y envilecimiento de la legislación en materia de orden público y del aparato represor para “combatir el marxismo” y anular por el miedo la reacción de los ciudadanos contrarios a estas políticas.

Un aparente progreso llevó finalmente al desastre económico de 1982. Cuando Pinochet quiso deshacerse de su equipo de asesores neoliberales ya era tarde. El propio Nixon, al aplicar la misma doctrina, fracasó en su primer mandato, por lo que dio la espalda a Friedman y aplicó políticas económicas en la línea keynesiana del New Deal. Logró su segundo mandato, aunque el gasto militar, la guerra de Vietnam y finalmente el caso Watergate paró el proceso de mejora de la economía y creció la deuda, la inflación y el paro.

La terapia se aplicó también en Argentina. Al final de los setenta, con Carter presidente, el G.H. apoyó el golpe y la política de exterminio del presidente Videla que llevó la crueldad contra los opositores al régimen, tildados de marxistas, más allá incluso que Pinochet. Aprovechando el estado de shock de los argentinos, ¿qué política se aplicó? Exacto, Kissinger recetó las políticas de los Chicago Boys y condujo al país argentino a la economía de la especulación, la inflación, el desempleo y la parálisis económica.