Aquel 12 de mayo de
2010 pudo cambiar el rumbo de nuestra historia. Faltaron “riles” y decencia
para decir escuetamente: “Yo, Presidente del Gobierno de España, ante la exigencia
de unas reformas erróneas e injustas que los poderes económicos financieros
imponen sobre nuestro país a través de Bruselas, poniendo en riesgo nuestra
democracia e independencia, por no traicionar la voluntad de los ciudadanos que
pusieron su confianza en mi programa, presento mi dimisión”. Y,
consecuentemente, disolver las Cortes y convocar elecciones.
¿Qué consecuencias
hubiera tenido esa demostración de coherencia y honradez política? ¿En el
electorado? ¿En la “clase política”? ¿En Bruselas? ¿En Alemania? ¿En los países
ricos del Norte? ¿En los empobrecidos del Sur por el saqueo de los del Norte? ¿En
la actitud del G.H.? ¿En la opinión pública mundial? ¿En los movimientos de
ciudadanos rebeldes? ¿En la credibilidad del propio socialismo? ¿Hubiera sido
un suicidio nacional o empezar un nuevo rumbo
contra viento y marea?
Este tiempo deshumanizado,
desquiciado y duro que vivimos exige decencia, sensatez, solidaridad pero,
sobre todo, la presencia de políticos firmes y decididos que se atrevan a
ponerse del lado del pueblo engañado.
Cambiando personajes,
pero ante más despotismo y en circunstancias mucho más críticas, Andalucía
tiene ante sí la misma encrucijada histórica de someterse o rebelarse. ¿Merecería
la pena rebelarnos y retroceder voluntariamente unos cuantos años para empezar un
proyecto colectivo nuevo en nuestro propio beneficio o aceptar sumisos las
injusticias que nos harán retroceder engañados esos o más años en beneficio de
los poderosos que nos dominan? Como llegará el día en que, para capear el desastre ecológico
global, nos veremos obligados a practicar una economía del decrecimiento, ¿podríamos
aprovechar la ocasión de ofrecer a las demás Comunidades el ejemplo de una
salida digna de la crisis? Decrecer, desglobalizar y compartir cuanto podamos
es una exigencia para el futuro. Está bien claro que emprender este camino es mucho más duro que
adaptarse al devenir, por muy suicida que este sea, y aunque nos estén
amenazando con negarnos los recursos que estatutariamente nos corresponden.
¿Tiene Andalucía
recursos propios suficientes para tirar para adelante? Una economía más basada
en el trabajo artesanal, sin olvidar la alta tecnología, ¿no humanizaría más la
vida de los andaluces? Agricultura y ganadería colectivizadas –ya cité el
ejemplo de Marinaleda–, socialización de la tierra, industria ecológica agroalimentaria de alto
rendimiento, pesca y piscifactorías sostenibles, banca pública autonómica que
aporte créditos que incentiven la actividad económica, proteja el ahorro e
impida la especulación, fondo de garantía solidaria, fiscalidad progresiva e
independiente, mercado interior y sistema de exportación e importación regulado
desde el punto de vista económico y ecológico, energías limpias, atenuación de
la huella ecológica, desarrollo tecnológico, cultura y mantenimiento del
patrimonio y de los ecosistemas, turismo, servicios y administración, actividad
artesanal y técnica de gran nivel profesional en todas las ramas (carpintería,
fontanería, electricidad, mecánica, construcción, panadería, restauración,
reparación de todo tipo de artefactos, evitando el “usar y tirar” que impone la
“obsolescencia programada”…).