8 abr 2013

La mano que educa (1)


Lo que aquí se narra es un caso real que por suerte no ocurre en todos los colegios. Ni tampoco el hecho de ocurrir en un centro concertado es significativo.

Este escrito va dirigido a todas las personas que de algún modo tengan responsabilidad en la educación de la niña XXX. De modo especial, y en primer lugar, a quien ejerza su tutoría en el presente curso y a todo el grupo de apoyo.

Vengo observando a lo largo del tiempo las quejas y sufrimientos que padecen los padres de X por el trato que, en general, soporta la niña en su relación con los otros compañeros y también con algunos adultos. El afecto que le tengo a la familia me ha movido a mediar en la resolución de esta situación dolorosa e injusta.

Los docentes que la tratan deben de conocer bien sus capacidades y limitaciones intelectuales, así como sus buenas cualidades personales, que sin duda tiene. Habrán observado que es una alumna dócil con un nivel de autoestima muy bajo, que se agrava cuando se le exige un rendimiento que no puede alcanzar si no recibe el apoyo acertado y necesario. Si por error se la evaluara con los mismos baremos que a sus compañeros, el resultado sería siempre desastroso, y la “evidencia de sus sucesivos fracasos” sería aún más desastrosa para la formación de la personalidad de X. Su mundo afectivo se vería dañado de forma grave e irreversible, como parece que está ocurriendo.

Este proceso ya se ha iniciado y está provocando en la vida de esta inocente niña un sufrimiento injusto e inadmisible. No puede seguir siendo el “hazme reír” de cuantos la traten con desprecio, solo por ser diferente. En estas criaturas se ceba la crueldad de algunos niños con la mirada indiferente o cómplice de muchos adultos.

Son los docentes responsables, preparados y amables los que deben buscar los recursos pedagógicos adecuados para que niños como estos no se vean sufriendo en sus vidas las consecuencias de un sistema educativo y social que no tiene en cuenta las diferencias entre los individuos y sus necesidades educativas especiales. Está claro que sin una adaptación curricular seria, auténtica, individualizada y eficaz, estos alumnos tendrán un futuro desgraciado. Culparlos de su fracaso es una forma de disimular el fracaso de las medidas aplicadas si éstas se basan en diseños formales que no insisten en ir a lo más profundo del problema y a su solución.

Es casi seguro que sus tutores y maestros no pueden por sí solos resolver estas situaciones, pero sí tienen la responsabilidad de evitar el acoso que padecen y de “remover Roma con Santiago” para que desde todas las instancias educativas (Dirección, Equipos de Orientación, Inspección, Delegación…) tengan la atención didáctica, pero sobre todo humana, que precisan. Entre tanto habrá que ir aplicando un trato diferenciado (no privilegiado) para evitar el fracaso y el sufrimiento de esta niña y de todos los niños que hayan tenido la mala suerte en la vida de padecer algún grado de dificultad para el aprendizaje. Evitemos que estos niños se sientan ridiculizados ante los demás por algo de lo que no son culpables. Cualquier avance, por insignificante que parezca, ha de ser aprovechado para elogiar su actitud que es lo contrario de poner en evidencia ante los demás compañeros los fracasos debidos al planteamiento de objetivos que, de momento, puedan estar por encima de sus posibilidades.



Creo que es oportuno citar el caso de Pablo Pineda, con síndrome de Down. Como saben, el ambiente adecuado de su familia (“la fuerza del cariño”) y la suerte de haberse encontrado en su camino con docentes muy conscientes de la importancia de su tarea, le han permitido alcanzar con su esfuerzo, desde una posición de salida tan condicionante como el síndrome citado, un grado tal de formación humana y profesional como suponen sus dos títulos universitarios, ambos en el campo de la docencia. Da conferencias, ofrece entrevistas en televisión y recientemente ha protagonizado una película con la que ha obtenido un sonado premio en el Festival de San Sebastián.

¿Por qué digo todo esto? Si Pablo hubiera encontrado los obstáculos que otros niños (incluso con discapacidades menos graves) encuentran en su camino, su vida sería otra. No se pretende que todos lleguen a ser como Pablo porque cada persona es un mundo. Lo que sí se debe buscar es que se encuentren con la comprensión y ayuda que necesitan. Ya se ha dicho antes de alguna manera: el mejor instrumento para educar es el cariño. Y la mejor evaluación se obtiene al medir las relaciones afectivas basadas en el respeto mutuo y en la eficacia de los medios aplicados para el aprendizaje. Si estos niños se sienten queridos evitaremos su fracaso como personas. Si de verdad se les quiere, toda ayuda nos parecerá poca. Todo eso supone compasión y oficio.

P.D.
Este escrito será dirigido (sin ánimo amenazante y solo con el propósito de solucionar la situación de X) a otras instancias si no encuentra la respuesta esperada en el ámbito próximo de la acción tutorial, que no dudamos que estará poniendo ya algunos medios que puede que todavía no hayan dado resultado o que estos sean insuficientes.
Pese a todo, no dejamos de reconocer que la tarea docente es muy difícil y está sometida a muchas presiones. Por lo tanto se les agradece de antemano que reflexionen serenamente y sigan desarrollando su imprescindible labor con el máximo celo y éxito posibles. 
Córdoba, 6 de octubre de 2009

En sucesivas entradas veremos cómo acabó este caso.

3 comentarios:

  1. Estupenda entrada que pone nuevamente el dedo en la llaga, esta vez denunciando, con su característico espíritu rebelde y crítico, un hecho escolar totalmente execrable e implicándose de lleno y con talante conciliador en la resolución del mismo.
    Habla también de valores, tan frecuentemente olvidados, como la compasión (compadecer: padecer con) que, si son importantes para cualquier persona, se hacen imprescindibles en las que están dedicadas a la enseñanza ya que, según sea su actitud, pueden causar un gran daño a los alumnos o, por el contrario, ser un punto de apoyo fundamental para su realización personal.
    Ojalá reflexionemos sobre nuestra actitud con los demás.

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  2. ¡Excelente entrada!
    Me parece muy acertada la relación que se establece de este caso con el de Pablo Pineda.
    La sociedad suele aplaudir los casos excepcionales que aisladamente logran salir adelante. Pero eso no basta: esos casos no tendrían que ser excepcionales, los poderes públicos están obligados a proporcionar el apoyo y los medios necesarios a todos aquellos que tienen dificultades. Y la sociedad debería exigírselo siempre a dichos poderes públicos.
    Todos debemos reflexionar sobre nuestra actitud ante este caso, porque formamos parte de una sociedad que puede y debe cambiar las cosas.

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  3. Ambos comentarios, Alondra y P. de C. van más allá de la simple reflexión porque profundizan en lo más esencial de los derechos de las personas, de su dignidad y de su felicidad. En la próxima entrada seguiremos viendo si la carta fue eficaz en cuanto a despertar la sensibilidad y, sobre todo, la responsabilidad de los docentes implicados en el caso.

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