11 jun 2012

Buenos y malos (y 3)








Pese a que se violan o se incumplen constantemente [los derechos humanos] no dejan de ser una buena brújula que debe orientar la conducta de gobernantes y de personas de buena voluntad.








Hay que tener generosidad, sentimientos fraternales y buena voluntad para querer reconocer en qué posición se encuentran los criterios de cada cual en las relaciones humanas –en la de “nosotros” con los “otros”– ya que la percepción “egoscópica” que se adquiere como miembro del grupo dificulta una precisa y objetiva valoración ética reflexiva. Por eso es tan complicado superar la inducida tensión maniqueísta que evitaría rechazar sin análisis previo los argumentos y las justas reivindicaciones de los otros.

Los progresos alcanzados en el reconocimiento universal de los derechos humanos que nos han llevado a una inestable coexistencia pacífica son el resultado de milenios de esfuerzo, sacrificio y sabiduría de las personas más generosas. Pero la historia nos muestra también episodios horribles que hundieron a los habitantes del planeta en el cainismo y la desesperanza, sin que la población mundial pudiera sustraerse a la violencia desatada por los estados en su afán de dominar el mundo. Así ha ocurrido y así sigue ocurriendo en muchos lugares del planeta. En estas masacres participan tanto los creyentes como los no creyentes, porque la bondad y la maldad no son patrimonio de ningún grupo sino que todos se ven arrastrados al abismo por la codicia de los poderosos de distintas latitudes y creencias.

Si no surge una justa reacción unívoca contra esa codicia de “los buenos”, estos culminarán su ciego empeño de mandarnos a todos “los malos” al infierno en que se podría convertir el mundo en un futuro próximo. No solo están provocando la miseria de muchos inocentes, sino que están destruyendo la cultura del saber e imponiendo la del poder, lo que perpetuará la miseria. Siembran ambición y odio donde debería crecer la solidaridad. ¿No va siendo hora de que unidos “los malos”, los de “abajo”, le den una lección de sentido común y de ética a “los buenos”, a los de “arriba”?

Con un movimiento apartidista, heterogéneo, generoso y espontáneo –que muchos, desde la ignorancia, la indiferencia, la desconfianza o la mala fe, califican de algarada de la chusma, pero que puede que sea el inicio de la reacción deseada– ¿no se está gestando ya la conciencia de la necesidad de encauzar una respuesta justa por la indignación que provoca un paisaje ético tan desolador?

Si no cambia la mentalidad de la mayoría de los ciudadanos que están divididos, atrapados en la contradicción, y se contribuye –cada cual con sus capacidades– al esfuerzo colectivo para no seguir padeciendo la tiranía de los dioses del dinero, instigadores del imperante e inhumano “ideario neocon” (¡cuánta bondad destilan los de “arriba”!), estos arruinarán nuestras vidas –sobre todo las de los menos afortunados de los de “abajo”, que siempre son la mayoría–, nuestro medio ambiente y nuestras conciencias, lo que supondría la liquidación del empeño histórico por conseguir la globalización de la justicia y la solidaridad. Lo peor es que gran parte de las víctimas de “abajo”cooperan con sus verdugos de “arriba” ¿Se podrá evitar esta contradicción? Sin una profunda educación ciudadana en el compromiso social, será muy difícil porque la división de los de “abajo” anula todos los esfuerzos.

A pesar de todo lo dicho sobre la crisis hemos de reconocer que, desde que la codicia de los imperios coloniales se extendió por este maltratado planeta, la verdadera crisis la están soportando los más de mil millones de hambrientos que apenas sobreviven ante la inoperancia de los que habitamos en el mundo de los privilegiados que nos indignamos, y con razón, porque nos están arrebatando el estado del bienestar y la esperanza de futuro.




Pero no deberíamos olvidar –sobre todo a la hora de depositar nuestro voto, si es que se propusieran alternativas; y si no: redes y plazas para intentar encontrarla– que la situación es aún más grave al considerar fraternalmente que hay continentes de hambrientos y que también hay hambrientos en todos los continentes. Aunque esta crisis humanitaria esté provocada por los de “arriba”, nos concierne a todos y hay que arrimar el hombro para tratar de resolverla.

Y, ¿qué respuesta política, social y económica se va a dar a la dramática situación ante la noticia de que más de dos millones de niños españoles son pobres? Aunque esta sea una pobreza relativa, no deja de ser alarmante. Si esto está ocurriendo con las necesidades vitales, ¿qué no ocurrirá con su derecho a la salud y a una educación integradora y compensatoria? ¡Pobres criaturas! Pero es que… salvar a los bancos es prioritario. Habrá que añadir que la “ruina” de los bancos no la provocan los de “abajo”, pero sí acaban pagándola, como ya es bien notorio. Se mofan de la pobreza cuando predican moral mientras empujan a los más desfavorecidos a la intemperie del libre comercio que se rige por la “moral” del insaciable mercado: ¡Malvados!, del hambre también habéis hecho una mercancía.

Clic para aumentar y flechas de dirección
¡Qué bien quedan los Derechos Humanos enmarcados en los despachos de los amos del mundo y de los vicarios que gobiernan en su nombre! ¡La democracia, como sistema que debe procurar la justicia y la libertad en representación de los ciudadanos, nos la están prostituyendo! Los que intentan impedirlo aún se encuentran en minoría y con demasiadas incomprensiones. Si la aplastante mayoría de los que padecen esta impostura dejaran de ser ciegos, sordos y masoquistas, su energía cívica para adecentar la política democrática y cambiar la realidad sería incontenible. Y ganaríamos todos.

Muchos se preguntarán si un problema tan complejo como una crisis de civilización que nos está llevando a un callejón sin salida se puede despachar con una simple interpretación de los símbolos espaciales. Es lo mismo que yo me pregunto. Pero, ¡algo es algo si actuamos juntos en la dirección acertada! Esta es una buena oportunidad para dejar de vivir como zombis y aprender a vivir con dignidad.